Un mes desde la fugaz despedida de Antxon Arza [2/04/1962-15/01/2021] 
Entre sonrisas, carcajadas, buenísimos recuerdos y algunas lágrimas, compartimos este escrito dedicado por Juanjo San Sebastián.
 
ANTXON "LA ALEGRÍA" ARZA
 

No puedo evitarlo: me vienen a la memoria los nombres y apodos de grandes boxeadores: Walker Smith Jr. “Sugar Ray Robinson”, Roberto “Mano de Piedra” Durán, Thomas “La Cobra” Hearns, Mervin “Maravilla” Hagler, Héctor “El Macho” (perdón) Camacho… así hasta llegar a Mohammed Alí: “El Más Grande”.

- “El otro día, aquí mismo, venía yo con la Koki todo embarazada y justo pasó un coche, bastante rápido y sin respetar el paso de cebra. Y le eché un lapo”.

- ¿Le echaste un lapo, pero… al coche?

- No, no, al coche no ¡A él, a él!

- ¿Qué dices? ¿Y?

- ¡Joder! Salió del coche ¡Un tío de dos metros!, y se vino a por mí. Entonces empecé a correr alrededor del coche y el tío, soltando improperios, decía que si me cogía me mataba. Yo le decía: sí, sí. Si me coges sí. Pero no me vas a coger… por fin, fue calmándose, paró y empezamos a hablar. Le dije que no se podía ir así por las calles. Él, todavía alterado, seguía lanzando improperios. Entonces le dije que era un hijo de Y otra vez ¡Hala, a correr! Hasta que se volvió a calmar un poco hasta que terminó marchándose…

Ese era Antxon. Bueno, esa era sólo una parte de él: divertido, firme, valiente, templado, con infinita capacidad de templar sin retroceder… y tenía más partes: era cálido, listo e inteligente –que no siempre son la misma cosa- generoso, animoso, incapaz de rendirse, curioso, audaz, siempre abierto a la experimentación de nuevas sensaciones, a la búsqueda de nuevos caminos, perpetuo alumno autodidacta… con una capacidad de adaptación infinita. Y alegre. Era alegre por encima de todo y de todos.

En un país de grandísimos boxeadores como México, muchos aficionados admiran más a quienes saben encajar y aguantar golpes que a quienes se hacen con la victoria en los combates. Si Antxon hubiera sido mexicano, sería héroe nacional porque ¿Qué cantidad de desgracias hacen falta para arrebatarle a una persona las ganas de vivir? Lo de la caída en aquel pozo séptico en Nepal, allá por los ochenta fue como un primer adiestramiento: sobrevivió al pozo y al tifus posterior. Y quién sabe si fueron el pozo y el tifus, o antes había sido la naturaleza, lo que le hizo más fuerte que todas las desgracias que imaginarse puedan. Porque todas esas le fueron tocando: en 2000, un accidente de piragua sufrido en un río de Venezuela le dejó en silla de ruedas. Tras lo cual continuó haciendo prácticamente todo lo que había hecho hasta entonces: recorrer el mundo, experimentar, aprender, adaptarse… y regalar alegría. Siempre. A cuantos tuvimos la suerte de conocerle.

“La silla hay que llevarla bajo el culo. No sobre la cabeza”, les dijo -entre otras muchas cosas interesantes- a los compañeros de escuela de mi hijo en una charla en la que le “embarcamos” al poco de su accidente. “La Ley de Arza”, así tituló Ander Izagirre un precioso artículo dedicado a Antxon. En él, Ander reflejaba una de las máximas de nuestro amigo: el optimismo. Su ley, a la que “La Alegría” jamás bautizó así, era idéntica a la Ley de Murphy, pero al revés. Es decir, que siempre es posible que todo lo mejor que puede ocurrir, ocurra. Se refería como ejemplo de ello al accidente que le dejó parapléjico, donde coincidieron circunstancias y personas clave para que su lesión no derivara en muerte ni en una mayor gravedad de la que tuvo. A veces sufro la ilusión de que la vida permite un  cupo máximo de desgracias por ser humano, pasado el cual ya no es posible acumular más. Desde que conocí a Antxon, allá a mediados de los ochenta y hasta el fatídico viernes 16 de enero, he tenido tiempo de comprobar mi error. En 2011, un coche se llevó la vida de su hijo Adi. Tenía 15 años. Era de noche, Adi no llevaba casco ni reflectantes. En su despedida, Antxon aún tuvo, para el conductor, palabras que solo podía pronunciar un ser humano excepcional como él: “posiblemente quien peor lo esté pasando ahora sea el chaval que tuvo la desgracia de no verle”. También habló del “corazón de campeón de Adi”, porque “tenemos la suerte de que además no ha dejado de latir, sigue dando vida y eso es una inmensa alegría para todos los que te queremos tanto.”  Durante la noche del pasado 16 de enero, de forma inesperada, súbita, cruel… el que dejó de latir fue el suyo. Y un poco, también, el de todos los que le quisimos… tanto.